Para recobrar el proceso de creación del mural

POR MARTÍN YEDRO (próximo Lic. en Com.)
Salpicar con colores el paredón externo de uno de los pabellones. Alegrar la vista de la visita, sobre todo la de los más chicos, hermanos, primos, hijos, sobrinos. Liberar la imaginación… Estos fueron sólo algunos de los objetivos que motivaron la realización del mural “Arte para liberarte” en la Unidad Penal Nº 1, en el marco del taller de comunicación La Hora Libre.
La idea surgió a partir del significado que adquiere para los internos el acompañamiento de sus familias mientras están privados de la libertad, y del deseo de ofrecerles una imagen más linda, que se distinga del gris de los muros y las rejas. Este deseo fue expresado por uno de los compañeros, reiterado en varias oportunidades y retomado por el equipo de la Facultad como proyecto. Se trataría de una escena cargada de recuerdos, vivencias, juegos y fantasía capaz de enriquecer los momentos compartidos con familiares, que niños y adultos puedan disfrutar por igual. Porque la visita es lo más valioso mientras se vive en reclusión y los integrantes del taller se propusieron agasajar a sus visitantes con una obra de arte popular, que los reciba cada vez que ingresen al Penal.
A raíz de la consigna “Dibujar un momento feliz”, comenzaron a esbozarse los primeros trazos, que luego se combinarían en la composición final. Esta primera actividad propuesta en uno de los encuentros, fue el disparador a partir del cual surgieron los borradores iniciales. El barrio, la canchita de fútbol, el río, la radio FM Chamuyo, un barrilete, las hamacas de la placita, una paloma rompiendo cadenas, las casas de distintos colores, la pileta, el chavo del 8. Con elementos de la vida cotidiana y personajes de ficción se construyó “El Toronjal”, ese barrio soñado y anhelado, un espacio de libertad y felicidad que se imagina tras los muros. Usando esos fragmentos, se elaboró un panel a escala real que permitió visualizar la monumentalidad del mural, así como también consensuar qué se incluiría en el mismo y qué no, teniendo en consideración los destinatarios y la temática que se acordó como eje.
El proceso de construcción colectiva consistió en unificar los bocetos, dando lugar a un solo diseño. Para ello se convocó al realizador plástico Andrés Leiva, quien orientó la creación y coordinó la pintada comunitaria. La obra se completó en dos jornadas de trabajo, mediante la participación de los talleristas que plasmaron la imagen bajo la dirección del especialista en muralismo. Andrés arrancó trazando las líneas guía y más adelante todos se animaron a inscribir sus propias pinceladas y a dejar una huella en la pared. Un cronista de El Diario de Paraná cubrió la noticia y entrevistó a algunos de los participantes, justo en el momento del recreo y el almuerzo compartido en el salón de usos múltiples. Luego del pollo y la ensalada, se continuó con la explosión de color y alegría. Durante la segunda jornada, en la semana siguiente, se ultimaron los detalles estéticos y se colocó el nombre al mural, el cual había sido definido previamente por votación.

Para la inauguración se invitó a las familias de los integrantes del taller a celebrar el acto, quienes fueron convidados con jugo, facturas, palabras, murga y hip hop. Fue una fiesta donde todos se sintieron protagonistas y la obra se mostró a la familia y a la ciudad en su conjunto. Los medios masivos de comunicación también hicieron eco del acontecimiento. Desde entonces, tal como manifestaron algunos de los asistentes del evento, el mural constituye un grito que traspasa las paredes de la cárcel y resignifica la vida en contextos de privación de libertad.

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