Unas palabras sueltas


Hoy bien temprano estuve reunido con mi compañera de tesis (Daiana), resolviendo uno de esos asuntos en los que a veces sentimos que "se nos va la vida". Mientras tanto, llovía y llovía.
Le comenté sobre el asesinato de Daniel en la cárcel. Quedó azorada con la noticia. Yo seguía sin poder creerlo. Todavía me parecía posible que se tratara de un homónimo. Tanta casualidad... Buscamos la noticia en internet y después nos pusimos a recordar aquellas jornadas de "pintada mural". Revisando archivos descubrimos que hasta Daiana se había sacado fotos con él. Con sus infaltables gafas de sol, el pulgar hacia arriba, arengando, al lado del mural, con su familia, con un micrófono en la mano, tomándose todo en joda, disperso, pero siempre con la camiseta del taller puesta. Eso no podrá negarse, si se la pintó él solito.
Salí de ahí realmente movilizado. Era algo distinto a la tristeza. Debe ser eso que llamamos impotencia. No es nada novedoso decir que la muerte es una condición ineludible de esta existencia terrena, con fecha de vencimiento; un umbral que preferimos imaginar bastante más lejos que a la vuelta de la esquina, o del otro lado de la cortina. Pero la imagen de ésa muerte (de ese modo furtivo, agonístico, con facón, por la madrugada) no deja de resultarme inquietante. Porque era un palabrero como todos nosotros. Y seguramente más tradicional que yo en el taller, con más vivencias, con más historias, con más afectos. Murió en medio de una "reyerta"... Cuántas cosas no dichas hay en esos vocablos periodísticos. Cuántos deseos de cambiar lo que sigue siendo, cuánto tiempo, proyectos, hazañas, fracasos, desánimo, impotencia.
El sistema sigue su curso y sus condiciones materiales no cambian. Allí la vida es moneda de cambio y los que intentamos intervenir para modificar esa realidad nos seguimos preguntando qué se puede hacer.
Él era un palabrero más. Probablemente no era ni el más creativo ni el más comunicativo ni el más respetuoso, sí polémico, eso qué importa. Hasta me animaría a decir que yo no le caía simpático. ¿Y? Hay muchos a los que no le caigo simpático y no están en prisión... Era uno de los "nuestros" y punto. Habrá que darles la razón una vez más, aunque cueste. Hay un abismo entre el adentro y el afuera. Uno no sabe lo que pasa ahí hasta que lo vive (lo sufre). Yendo semanalmente, con personas que se han comprometido hace varios años, aportando su granito de arena, parece que siempre se está lejos de poder incidir en ese mundo tan lleno de violencia, muerte, desprecio... En esta situación, sigo preguntándome "¿qué se puede hacer?" y me resulta aberrante. Porque sospecho que detrás de esa pregunta, un susurro dice "no se puede hacer nada". Ojalá me equivoque, no más preguntas. Simplemente adiós.

MARTÍN

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