Una gris Navidad

“Hola, soy Mario y mi deseo es una feliz navidad, un próspero año nuevo y una pronta libertad.”

Ni blanca como en América del Norte ni verde muérdago con dorados ribetes como en las vidrieras de nuestros centros comerciales. En la Unidad Penal N° 1 “Juan José O’ Connor" no hay pinos plásticos con soplillos de colores, ni luces, ni cartas a Papá Noel. Nada brilla y no repican campanas. En el mundo gris que es la cárcel, la Navidad no traerá sorpresas, ni colores.
Diciembre es la época más dura: la población está especialmente sensible porque las fiestas se aproximan y el calor amenaza con un verano difícil. Sumado a esto, la escuela y los otros espacios educativos –como los talleres productivos–, ya terminaron su ciclo y el tiempo sobra, para pensar en los festejos que no serán.
La Navidad y el Año Nuevo generan sentimientos encontrados: profunda tristeza y una veta de alegría. Como todos, los internos desean pasar las fiestas junto a los suyos, en sus barrios, lo cual es posible sólo para quienes tienen algún beneficio de salida establecido por el juez de instrucción. Al mismo tiempo, una leve sensación de alegría surge al pensar que un año más se termina y que los visitantes –uno de los grandes privilegios– son más frecuentes en estos días.
El 24 a la tarde, las familias llegarán de visita por un par de horas: con dibujitos en sus manos, los niños corretearán por el gran patio que rodea los pabellones, las mujeres ingresarán con obsequios dulces para sus maridos y sonrisas pintadas en sus rostros para no regalar más amargura... Seguramente, la despedida será la más difícil del año.
Luego, la visita regresará a pasar la fiesta en casa y los reclusos permanecerán en sus pabellones, con los compañeros de ranchada. Quizá compartiendo unos mates o jugando un truco que permita sobrellevar el rato.
A la medianoche, cuando en nuestras casas levantemos las copas y nos miremos a los ojos, en la cárcel no se gritará ¡Feliz Navidad!, ya que a las nueve de la noche ya se habrán cerrado los accesos a los pasillos y lugares comunes del pabellón. “A las doce no pasa nada, todos actuamos, hacemos como si fuera un día cualquiera para no darnos tanta manija, en realidad soñamos con estar afuera con nuestros hijos, a quienes vemos crecer tras las rejas.”
Cada quien permanecerá en su celda –probablemente insomne– postergando la fiesta para aquella Navidad en que la tan ansiada libertad sea una realidad.
Muchos internos, para fin de año, acceden al beneficio del acercamiento: los oriundos de otros sitios de la provincia son trasladados a pasar las fiestas en las comisarías o unidades penales de su ciudad y no estar demasiado lejos. Allí tienen la posibilidad de recibir a sus seres queridos a diario, también en horarios estipulados. La desventaja de este beneficio es que, fuera de los ratos de visita, están más solos que en sus habituales pabellones.
El consumo de ansiolíticos constituye una alternativa que ayuda a descender los altos niveles de angustia y otras sensaciones: muchos solicitan medicación a los profesionales del Penal y “vuelven en sí mismos” los primeros días de enero, cuando el período más doloroso pasó.
Las emociones se profundizan, la angustia de no estar en el espacio y tiempo deseado y, a la vez, la satisfacción de saber que un año más termina y que cada vez falta menos para el gran día en que se haga realidad el tan esperado encuentro con la calle.
La cárcel es un espacio hostil, árido, denso... Allí viven hombres –en su mayoría pobres–, que atraviesan una condena o esperan ser juzgados. Sumado al anhelo de ser libres, sus deseos son iguales a los nuestros: pasar unas felices fiestas con quienes amamos.
En esta Navidad, brindemos por todos aquellos que viven en el encierro y pidamos por una Argentina más justa.


Lic. Gretel Schneider

Comentarios

Nagu dijo…
Hermosos y triste al mismo tiempo. Hermoso por saber que aun hay personas capaces de sensibilizarse por las injusticias y penurias ajenas, triste por saber que esas personas son aun muy pocas. Felicitaciones y fuerza para seguir adelante.